Queriendo ser complementario con otros análisis de amigos y discrepar de plano con algunos otros que me parecieron un poco livianos y directamente errados desde veredas opositoras, digo.
Parecería para algunos que corresponde a Cristina, como una desviación única de la Historia o de la política en la Argentina el hecho de que
- el Gobierno juegue sus batallas "a todo o nada", siendo que "somos nosotros o lo peor".
- Hay un "autismo" de Cristina (ni siquiera un desgaste o un aislamiento del Presidente que está en el poder tantos años, de Cristina).
- El tipo de liderazgo de Cristina Kirchner (y del kirchnerismo) la debilita porque impide tener continuidad a través de dirigentes de peso que puedan ser sucesores. No "deja crecer" a "otros".
- La reacción de Cristina tras los comicios es, antes que humana (o sea, con pasajes en los que acierta y otros en los que pifia), totalmente extraviada.
Bien, supongamos que todo esto esté ocurriendo.
Y entonces les dejo una vez más la crónica de Joaquín Morales Solá sobre el Raúl Alfonsín que recibe la derrota electoral más grave de su vida, el 6 de septiembre de 1987 y horas posteriores. Sí, aquel día que hizo que entre todos mis compañeritos de quinto grado de un colegio privado de Vicente López la mía hubiera sido la única familia feliz aquel domingo por haber votado a un candidato como Cafiero, que caía muy bien en casa, claro.
La sorpresa radicó en el océano de peronismo que inundó el país con el resultado de esas elecciones. Alfonsín dudaba del triunfo de su partido en Buenos Aires hasta 48 horas antes de los comicios, en la misma medida en que era optimista con los resultados en el resto de las provincias argentinas. El 4 de septiembre de 1987 se le oía decir: "En Buenos Aires podemos perder, pero conservaremos el resto de las provincias que tenemos y ganaremos en algunas más". Sin embargo, advertíq eue el triunfo de Cafiero era un pésimo precedente para la democracia: "Volverá un clima de fascismo al país y no podré gobernar la Nación".
De a poco fue corrigiendo su primera afirmación; revaloró a Cafiero como un dirigente que había "evolucionado" de su "anterior vinculación con la derecha fascista" hacia un moderado progresismo.
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La noche del domingo 6 de septiembre de 1987, el Presidente se había acomodado frente a las computadoras instaladas en Olivos para registrar los resultados de la elección. Sobre la medianoche, parecía un boxeador al borde del knlck-out por los golpes que recibía ininterrumpidamente de esas pantallas. Tumbado en un sillón, aturdido por la sorpresa atinó a exclamar casi en un grito: "¡La Argentina entera votó contra mí!" Había perdido el control de casi todas las provincias en esa elección de gobernadores y había perdido también la mayoría propia en la Cámara de Diputados de la Nación.
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Los tres principales referentes de la Coordinadora radical (aquella corriente interna que creó Alfonsín para modernizar el partido) habían terminado acribillados en el humeante campo de batalla. Federico Storani, en Buenos Aires y Luis Cáceres, en Santa Fe, perdieron incuestionablemente frente al peronismo. Enrique Nosiglia, en la Capital, había conservado la histórica preeminencia radical en el distrito pero de todos modos a costa del 10 por ciento de los votos que había sumado en 1983 y 1985.
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El peronismo, por lo demás, había ganado en casi toda la Patagonia, la región del país que Alfonsín decidió privilegiar en su proyecto federalista, llevando hacia allá el centro de las decisiones políticas del país. O bien su palabra estaba devaluada ante la opinión pública o los problemas cotidianos tenían más importancia para la gente que el proyecto presidencial.
Desde Semana Santa, cuando se mostró como un Presidente negociador y dispuesto a hacer concesiones con los militares carapintadas, su credibilidad se había evaporado.
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Después de la noche del 6 de setiembre, signadas por el estupor y el insomnio invencible, comenzaron 48 horas de delirio en el aerópago del poder. (...) Sólo algunos detalles aislados han trascendido de esas horas en que el Presidente llegó a hacer las valijas dispuesto a abandonar su cargo dos años del fin del mandato, sumido en un pozo depresivo que nunca remontó del todo.
Se sabe hoy que Alfonsín planteó de inmediato su renuncia ante el gabinete. Este es, con todo, uno de los pocos casos de la historia de una dimisión hecha para quedarse. No habló a todos sus compaleros de gestión con la misma franqueza. (...)
El plan consistía en arrastrar también en la renuncia a Víctor Martínez, el vicepresidente, un hombre gris y presuntuoso, que competía inútilmente con la fama y las atribuciones del Presidente. (...)
Sin la renuncia de Martínez, el plan era impracticable. La Constitución dice que, ante la dimisión del Presidente, es el vicepresidente el que debe concluir lo que resta de los seis años de mandato. Lo que Alfonsín pretendía era renunciar jutnamente con Martínez, para que se convocara a elecciones presidenciales y de delegados constituyentes en seis meses. (...)
Alfonsín contaba que el radicalismo ganaría esa elección. Se eligría entonces un neuvo presidente radical y delegados constituyentes, quienes reformarína la Constitución para crear un gobierno parlamentario con la figura de un primer ministro, jefe efectivo del proyecto de gobierno, cargo que obviamente Alfonsín ambicionaba para él.
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Circulaban en aquel momento dos argumetnaciones teóricas a modo de respueta. La primera pertenecía al propio Presidente: La Argentina podía usar al peronismo para castigarlo a él, pero jamás volvería a confiar las riendas del gobierno a un candidato justicialista. La otra era producto de su círculo íntimo y de sectores influyentes, y parece haber surgido únicamente para consolar al Presidente desasosegado: el castigo electoral había sido excesivo y no se repetiría.
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Luis Cáceres y la familia Storani planteaban un giro a la izquierda, con una virulencia que amenazaba pulverizar a Sourrouille. Varios de los dirigentes balbinistas, en cambio, pedían una profundización del pragmatismo (dicho en buen romance, un acercambianto al liberalismo).
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A fines de octubre Alfonsín envío a Edison Otero y a Juan Carlos Pugliese a tantear el clima del partido. En una reunión a puertas cerrads con el Presidente durante los primeros días de noviembre le transmitieron el nefasto panorama, que el Presidente intuía en sus momentos de mayor pesimismo.
- La mayoría de lso dirigenets quiere a Angoloz caniddato - confirmaron ambos emisario. Pugliese trató de atemperar la noticia. (...)
La inquietud se había apoderado de los jóvenes dirigentes de la Coordinadora, sobre todo de Nosiglia, y de quienes le respondían. Un triunfo electoral de Angeloz significaba el fin del apogeo en el poder. (...) Y, si Angeloz quería después reconstruir el partido, podría incluso desalojarlos también de allí.
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Eran bravas aquellas elecciones al cuarto año de un mandato de 6 años donde coincidían legislativas con elecciones de gobernadores. Por suerte -para cualquier presdiente- no existen más en esas condiciones. ¿No?