lunes, febrero 15, 2016

El óleo de Samuel, para medir

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Por lo tanto, la posibilidad de la revolución depende ante todo de la acción paralela o de colaboración entre la intelectualidad de clase media y el campesinado.
La rareza de las revoluciones se debe en gran parte a las dificultades que encuentra esa acción paralela. La separación entre la ciudad y el campo es la encrucijada de la política de las sociedades en modernización. Las dificultades que encuentran los gobiernos para franquear dicha distancia son casi iguales a las de los revolucionarios para llenar esa brecha. Los obstáculos para la formación de la alianza revolucionaria nacen de las diferencias de antecedentes, perspectivas y propósitos que hay entre los dos grupos. La distancia social entre la intelectualidad urbana de clase media o superior, educada, occidentalizda, cosmopolita, por una parte, y el campesinado provinciano, rural, atrasado, analfabeto, culturalmente tradicional, por la otra, es casi tan grande como se la pueda imaginar entre cualquier otro par de grupos sociales. Hay entre ellos tremendos problemas de comunicación y comprensión. Hablan distintos lenguajes, y a menudo en un sentido muy literal. Los motivos de desconfianza e incomprensión son inmensos. Es preciso superar todas las naturales sospechas que el campesino práctico, de mentalidad concreta, siente hacia el habitante urbano, y las de éste hacia el provinciano de miras estrechas.
También las metas de campesinos e intelectuales son distintos, y a menudo se encuentran en pugna. Las exigencias de los primeros tienden a ser concretas, pero asimismo redistributivas, y esto último es lo que los convierte en revolucionarios. En cambio las reivindicaciones de los intelectuales son abstractas y amplias; ambas cualidades que los convierten en revolucionarios. Las preocupaciones sustantivas de los dos grupos ofrecen a menudo importantes diferencias. Es corriente que a la intelectualidad urbana le interesen los derechos y metas políticas más que las económicos. En cambio, el campesinado está interesado principalmente, por lo menos al comienzo, por las condiciones materiales de la posesión de la tierra, los impuestos y los precios. Aunque la "reforma agraria" es un lema revolucionario evidente y familiar, en rigor los revolucionarios urbanos han vacilado un tanto en inscribirlo en sus banderas. Como son productos del ambiente urbano e internacional, tienden a formular sus objetivos en términos políticos e ideológicos amplios (...).
Las diferencias de movilidad e ilustración de los dos grupos imponen a los intelectuales la importante responsabilidad de tomar la iniciativa en la creación de la alianza revolucionaria. Pero los esfuerzos conscientes de aquéllos por despertar a los campesinos han logrado en general muy poco éxito (...)
Los esfuerzos de los intelectuales por despertar a los campesinos fracasan casi invariablemente a menos de que la situación económica y social de éstos sea tal, que les proporcione motivos concretos para la rebelión. Los primeros pueden aliarse a un campesinado revolucionario, pero no les es posible crearlo. (...)
Las diferencias de procedencia, perspectiva y objetivos que existen entre la intelectualidad y el campesinado hacen improbable, sin no imposible, la revolución cuando falta alguna otra causa común, producida por otro catalítico. Y sin embargo las revoluciones ocurren. 

Un fragmento "cualquiera" de "El orden político en las sociedades en cambio", de Samuel P. Huntigton.